jueves, 25 de enero de 2018

La comodidad de los libros online

Mi padre era policía y recuerdo con nostalgia aquellos años en que –por su destino- tuvimos que ir a vivir a Málaga.

Tenía entonces yo diez años y mi vida había transcurrido hasta entonces en el bullicio del centro de Madrid, donde estaba nuestra casa.

Lloré amargamente cuando supe que teníamos que mudarnos a una ciudad extraña, dejando atrás a la familia, los amigos, el colegio… y un sinfín de recuerdos acumulados.

Pero no había otra opción.

Sin embargo, nada más entrar en aquella hermosa ciudad bañada por un resplandeciente Mar Mediterráneo, supe que mi vida cambiaría para siempre y que mi alma se impregnaría de la magia de la brisa marina y de la luz más intensa que mis ojos habían visto.

Fue un amor a primera vista. Y me enamoré de Málaga para la eternidad.

Precisamente eso me convirtió en lo que soy hoy: escritor.

Recién mudados al nuevo destino de papá, comencé a ir al también nuevo colegio. No quería ir. No conocía a nadie. No tenía amigos. No tenía primos. Me daba miedo ser un extraño.

Pero el miedo duró poco más de diez minutos.

Los otros niños me recibieron con los brazos abiertos y me trataron como a uno más. En una semana ya ni me acordaba de que me había mudado. Estaba encantado.

Tuve además la gran suerte de contar con unos profesores maravillosos.

Ana, mi profesora de lengua  y literatura fue quien me hizo sentir fascinado por los libros. Y desde entonces yo lo tenía claro: cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, respondía sin dudar: “Escritor”.

Jamás borraré de mi memoria aquellos años en que Ana me traía bolsas cargadas de libros para que me los leyera en verano. Decía que si quería ser escritor, lo primero que tenía que hacer era leer mucho. Muchísimo.

Me convertí en un devorador de libros. Leía todo lo que caía en mis manos desde la primera hasta la última hoja. Mis padres decían que yo era raro, porque en lugar de salir por ahí con mis amigos, me quedaba en casa leyendo.

Pero eso era justo lo que más me hacía disfrutar.

En aquellos tiempos sólo se conocían los libros impresos. Esos que para leer debes sostener entre tus manos e ir pasando las páginas. Esos que a veces pesan lo que no está escrito (nótese la ironía). Esos que huelen a libro. El inconfundible olor de los libros. Aún me gusta abrir uno, cerrar los ojos, acercarlo a mi cara e inhalar ese aroma que desprende. Es algo que conecta directamente con mi corazón y entonces resuena. Ese algo que no sé explicar, pero resuena en los confines de mi mente.

Hoy, más de treinta años después, sigo disfrutando tanto o más de la escritura, los libros y la lectura. Y gracias a la tecnología tenemos el privilegio y el regalo de poder contar con libros gratis. Miles y miles de páginas electrónicas para leer a un click de ratón.

Y encima gratis, la mayoría de las veces.

Cierto que los libros online no desprenden olor alguno, pero no por ello dejan de tener magia, porque los electrones bailan sobre ellos al ritmo de un corazón imparable, y emiten ese haz luminoso de la magia de las historias y las fantasías. Y lo puedes sentir si cierras los ojos y dejas que tu dedos se deslicen por la pantalla. Y entonces sucede. Y resuena.

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